Son poco más de dos kilómetros de senda si sumamos la ida y la vuelta, una senda que en el último tramo discurre entre bosque de ribera y mediterráneo. Acompañados en cada uno de nuestros pasos por pinos carrascos, chopos, sabinas quejigos, encinas… y en lo más alto, un vigía de excepción, el buitre leonado, uno de los mayores rapaces de la Península Ibérica. Al final, cuando los grandes árboles que nos acompañan nos dejan ver la pared de roca que nos cierra el paso, es cuando vislumbramos este magnífico lugar que parece de ensueño.
Evoca el recuerdo de aquella mítica escena de la película “El Lago Azul”, donde Christopher Atkins y Brooke Shields se demuestran todo su amor en un pequeño lago, bajo una preciosa cascada. Es un salto de unos veinte o treinta metros. El agua impacta en un saliente de roca caliza, cubierto ya por la húmeda vegetación, y la distribuye por las paredes de alrededor, lo que provoca un verdor, digno de cualquier rincón del Amazonas, que ilumina el lugar. Apetece sentarse, observar, escuchar el canto de los pájaros y el dulce sonido del agua al caer esparcida sobre el pequeño lago formado a los pies de la cascada.
(Texto de @Explorador de proximidad)