Cañada de Benatanduz

Cañada de Benatanduz

Las agrestes condiciones
de la guerra

Cuando el militar prusiano al servicio de los carlistas Wilhelm von Rahden llegó a Cañada de Benatanduz, no solo quedó impresionado por la posición que ocupaba el caserío sostenido sobre la roca, sino también por la modestia con la que vivían sus habitantes. Por su parte, también los ejércitos de la reina, que tuvieron que pasar allí un invierno bajo la nieve, aprendieron mucho sobre las difíciles condiciones a que estaban sometidos los hombres en esas tierras. Unos y otros, carlistas y liberales, tuvieron ocasión de aprender en carne propia qué era lo que hacía tan especiales estas montañas del Maestrazgo.

El general Rahden

Partidas

Cañada a los ojos de Rahden

Asalto al «reino mágico de Cabrera»

Willhelm von Rahden (1793-1860) fue un militar nacido en Prusia Oriental que había combatido durante las guerras napoleónicas en las filas del ejército prusiano y posteriormente había servido en el ejército ruso.

Durante mucho tiempo los rebeldes carlistas del Maestrazgo no constituyeron un verdadero ejército.

Es difícil describir su emplazamiento. Aquí, casi a mitad de camino a Cantavieja, nace un pequeño riachuelo, afluente del Guadalope, que forma una depresión del terreno bastante fértil.

En noviembre de 1839 ya se habían iniciado las operaciones del ejército liberal contra los reductos carlistas del Maestrazgo.

Se incorporó en 1837 a las filas del infante don Carlos y participó en la Expedición Real. Más tarde se desplazó al frente del Maestrazgo con la intención de aplicar sus conocimientos de ingeniería a la mejora de las fortificaciones en «el reino mágico de Cabrera». Mostró su admiración por el carlista tortosino en una obra titulada Cabrera. Recuerdos de la guerra civil española (1840).

Se organizaban en forma de partidas que, bajo la dirección de un jefe de prestigio, se movían por el territorio buscando recursos y dando con su presencia un mensaje político a favor del pretendiente, el infante don Carlos. Las partidas no aspiraban al control territorial, sino simplemente a dar golpes rápidos en lugares diferentes, lo que les proporcionaba una gran movilidad y les convertía en objetivos difíciles para el ejército de la reina. Las partidas llegaban a todos los rincones, incluso a Cañada, donde un temprano 25 de abril de 1834 se presentó Carnicer exigiendo 2000 raciones para sus hombres. Le pisaba los talones el 9º de línea del ejército gubernamental.

El pueblo se halla directamente en el lecho rocoso de este riachuelo, cada una de las casas construida sobre una roca aislada, de modo que se ofrecen a la vista tantas casas como bloques de piedra. Podría considerarse a Cañada una pequeña Venecia en la altiplanicie más elevada de España, ya que en las crecidas del río se forman tantas islas como bloques rocosos habitados. Las comunicaciones entre estos resultaban aterradoras de observar y terribles de transitar, pero solo para el extraño que pisa el pueblo por primera vez». Así reflejaba el barón Rahden su recuerdo de Cañada de Benatanduz en su obra Cabrera. Recuerdos de la guerra civil española, publicado en Frankfurt en 1840.

Las tropas de la reina habían avanzado desde el oeste tomando posiciones en Camarillas, Fortanete y Cañada de Benataduz. Podían ver a los carlistas frente a ellos, desafiantes, convencidos que las duras condiciones climatológicas en las sierras hacían imposible tomar la iniciativa. Los ejércitos iban a sufrir mucho aquel invierno. En Cañada había caído una vara de nieve. En el último convoy de víveres que llegó para abastecer al ejército habían muerto de frío nueve soldados y algunos bagajeros.

La partida constituye una unidad armada muy versátil utilizada con éxito por los carlistas en los primeros tiempos de la guerra.
La partida constituye una unidad armada muy versátil utilizada con éxito por los carlistas en los primeros tiempos de la guerra.
Los ejércitos liberales tuvieron que aguardar a que pasara el invierno de 1839 para iniciar sus operaciones.
Los ejércitos liberales tuvieron que aguardar a que pasara el invierno de 1839 para iniciar sus operaciones.

El general Rahden

Willhelm von Rahden (1793-1860) fue un militar nacido en Prusia Oriental que había combatido durante las guerras napoleónicas en las filas del ejército prusiano y posteriormente había servido en el ejército ruso.

Se incorporó en 1837 a las filas del infante don Carlos y participó en la Expedición Real. Más tarde se desplazó al frente del Maestrazgo con la intención de aplicar sus conocimientos de ingeniería a la mejora de las fortificaciones en «el reino mágico de Cabrera». Mostró su admiración por el carlista tortosino en una obra titulada Cabrera. Recuerdos de la guerra civil española (1840).

Partidas

Durante mucho tiempo los rebeldes carlistas del Maestrazgo no constituyeron un verdadero ejército.

Se organizaban en forma de partidas que, bajo la dirección de un jefe de prestigio, se movían por el territorio buscando recursos y dando con su presencia un mensaje político a favor del pretendiente, el infante don Carlos. Las partidas no aspiraban al control territorial, sino simplemente a dar golpes rápidos en lugares diferentes, lo que les proporcionaba una gran movilidad y les convertía en objetivos difíciles para el ejército de la reina. Las partidas llegaban a todos los rincones, incluso a Cañada, donde un temprano 25 de abril de 1834 se presentó Carnicer exigiendo 2000 raciones para sus hombres. Le pisaba los talones el 9º de línea del ejército gubernamental.

Cañada a los ojos de Rahden

Es difícil describir su emplazamiento. Aquí, casi a mitad de camino a Cantavieja, nace un pequeño riachuelo, afluente del Guadalope, que forma una depresión del terreno bastante fértil.

El pueblo se halla directamente en el lecho rocoso de este riachuelo, cada una de las casas construida sobre una roca aislada, de modo que se ofrecen a la vista tantas casas como bloques de piedra. Podría considerarse a Cañada una pequeña Venecia en la altiplanicie más elevada de España, ya que en las crecidas del río se forman tantas islas como bloques rocosos habitados. Las comunicaciones entre estos resultaban aterradoras de observar y terribles de transitar, pero solo para el extraño que pisa el pueblo por primera vez». Así reflejaba el barón Rahden su recuerdo de Cañada de Benatanduz en su obra Cabrera. Recuerdos de la guerra civil española, publicado en Frankfurt en 1840.

Asalto al «reino mágico de Cabrera»

En noviembre de 1839 ya se habían iniciado las operaciones del ejército liberal contra los reductos carlistas del Maestrazgo.

Las tropas de la reina habían avanzado desde el oeste tomando posiciones en Camarillas, Fortanete y Cañada de Benataduz. Podían ver a los carlistas frente a ellos, desafiantes, convencidos que las duras condiciones climatológicas en las sierras hacían imposible tomar la iniciativa. Los ejércitos iban a sufrir mucho aquel invierno. En Cañada había caído una vara de nieve. En el último convoy de víveres que llegó para abastecer al ejército habían muerto de frío nueve soldados y algunos bagajeros.