Tronchón

Un municipio ante la guerra

Tronchón estaba demasiado cerca del corazón del Maestrazgo carlista para poder eludir el huracán de problemas que se le venía encima con el estallido de la guerra. Sin ser una fortaleza como Aliaga, ni jugar el papel de centro administrativo como Mirambel, ni un papel militar como Cantavieja, su vida estuvo igualmente marcada por la evolución del conflicto. Pequeños municipios como este tuvieron que hacer frente a enormes exigencias económicas que venían de fuera y que, muchas veces, excedían su propia capacidad de gestión.

Baluarte liberal

Partidas carlistas

Dos bandos, doble exigencia

Resistencia pasiva

Desde muy temprano, en noviembre de 1833, el ayuntamiento de Tronchón recibió órdenes para que tuviera hombres apostados que pudieran dar información a las autoridades gubernamentales sobre la insurrección que había tenido lugar en Morella.

Esta imagen de cierta normalidad, sin embargo, es ficticia. Al mismo tiempo, el ayuntamiento tenía que gestionar la presencia de partidas carlistas y la demanda de raciones.

Hasta 1835 se cumplieron los compromisos con el gobierno, es decir, información sobre partidas, quintos, raciones, organización de milicias,…

Aunque Tronchón se encuentra en territorio carlista, su actitud ante las peticiones siempre fue dilatoria.

Durante mucho tiempo su comportamiento fue favorable al gobierno y se esforzó por obedecer sus órdenes. Muchas de las que recibía eran emitidas por el comandante general del Bajo Aragón, el activo Agustín Nogueras. En cumplimiento de la legalidad, el ayuntamiento difundía órdenes sobre prisión de huidos a la facción, recaudaba impuestos por cuenta de las autoridades isabelinas o contribuía a la fortificación de Cantavieja por los liberales.

El 23 de diciembre de 1833 ya había entrado en el pueblo el jefe carlista Carnicer. A partir de entonces se puede constatar la presencia en sus calles de numerosos cabecillas: Antonio Ferrer, Pascual Campos, Tomás García, José Bosque, Bernardo Parras, Agustín Aguilar, Joaquín Exenique, Francisco Gasque, Francisco Segarra, Antonio Morlane, Pere Palau, Joaquín Albiol o Ramón Royo. El propio Ramón Cabrera había entrado por primera vez en el pueblo el 1 de agosto de 1834.

Pero la violencia ejercida por el Serrador sobre el escribano obligó al alcalde a manifestar «la imposibilidad que tengo para poder cumplir exactamente con las órdenes que se nos dirigen por nuestro sabio y legítimo [gobierno] sin exponernos a ser víctimas de las hordas». Las obligaciones del ayuntamiento crecen cada año. En 1836 tuvieron que atender la petición de 249.073 reales al ejército liberal y 65.756 al carlista. El punto de equilibrio en el territorio entre fuerzas gubernamentales y rebeldes se produce en 1836. A partir de ese momento, en que los carlistas se establecen en Cantavieja, la situación se decantará del lado de los insurrectos. Las órdenes de Cabrera que se publican en la plaza de la iglesia son radicales: pena de la vida a todas las autoridades que informen sobre la presencia de tropas carlistas.

Es su particular forma de mitigar la asfixiante presión económica que requiere constantemente raciones y dinero, trigo, cebada, vino, tinajas y reses, cantidades de paja y leña, servicios de pliegueros y bagajeros, el pago de pensiones de viudedad, caballerías, esportones y trabajadores para obras de fortificación en Cantavieja o camas e hilas para los hospitales. El ayuntamiento se planteará hacer frente a tal avalancha de demandas enajenando patrimonio municipal. Su resistencia a los pagos termina varias veces con importantes multas económicas y alguno de los miembros del ayuntamiento prisioneros en las cárceles de Cantavieja. Ante su actitud dilatoria, el gobernador de Cantavieja llegó a amenazar al alcalde diciéndole: «le pasaré por las armas sin consideración alguna por la desobediencia que advierto».

El brigadier Nogueras fue el jefe liberal más activo en la persecución de los rebeldes carlistas en la primera fase de la guerra.
El brigadier Nogueras fue el jefe liberal más activo en la persecución de los rebeldes carlistas en la primera fase de la guerra.
Las partidas carlistas entraban en los pueblos con la intención de obtener alimento y dinero que les permitiera mantenerse en activo.
Las partidas carlistas entraban en los pueblos con la intención de obtener alimento y dinero que les permitiera mantenerse en activo.
José Miralles, alias el Serrador, fue uno de los guerrilleros carlistas más activos en el Maestrazgo.
José Miralles, alias el Serrador, fue uno de los guerrilleros carlistas más activos en el Maestrazgo.
La vida y la supervivencia económica debían seguir al tiempo que la guerra se adentraba en el día a día de los pueblos.
La vida y la supervivencia económica debían seguir al tiempo que la guerra se adentraba en el día a día de los pueblos.

Baluarte liberal

Desde muy temprano, en noviembre de 1833, el ayuntamiento de Tronchón recibió órdenes para que tuviera hombres apostados que pudieran dar información a las autoridades gubernamentales sobre la insurrección que había tenido lugar en Morella.

Durante mucho tiempo su comportamiento fue favorable al gobierno y se esforzó por obedecer sus órdenes. Muchas de las que recibía eran emitidas por el comandante general del Bajo Aragón, el activo Agustín Nogueras. En cumplimiento de la legalidad, el ayuntamiento difundía órdenes sobre prisión de huidos a la facción, recaudaba impuestos por cuenta de las autoridades isabelinas o contribuía a la fortificación de Cantavieja por los liberales.

Partidas carlistas

Esta imagen de cierta normalidad, sin embargo, es ficticia. Al mismo tiempo, el ayuntamiento tenía que gestionar la presencia de partidas carlistas y la demanda de raciones.

El 23 de diciembre de 1833 ya había entrado en el pueblo el jefe carlista Carnicer. A partir de entonces se puede constatar la presencia en sus calles de numerosos cabecillas: Antonio Ferrer, Pascual Campos, Tomás García, José Bosque, Bernardo Parras, Agustín Aguilar, Joaquín Exenique, Francisco Gasque, Francisco Segarra, Antonio Morlane, Pere Palau, Joaquín Albiol o Ramón Royo. El propio Ramón Cabrera había entrado por primera vez en el pueblo el 1 de agosto de 1834.

Dos bandos, doble exigencia

Hasta 1835 se cumplieron los compromisos con el gobierno, es decir, información sobre partidas, quintos, raciones, organización de milicias,…

Pero la violencia ejercida por el Serrador sobre el escribano obligó al alcalde a manifestar «la imposibilidad que tengo para poder cumplir exactamente con las órdenes que se nos dirigen por nuestro sabio y legítimo [gobierno] sin exponernos a ser víctimas de las hordas». Las obligaciones del ayuntamiento crecen cada año. En 1836 tuvieron que atender la petición de 249.073 reales al ejército liberal y 65.756 al carlista. El punto de equilibrio en el territorio entre fuerzas gubernamentales y rebeldes se produce en 1836. A partir de ese momento, en que los carlistas se establecen en Cantavieja, la situación se decantará del lado de los insurrectos. Las órdenes de Cabrera que se publican en la plaza de la iglesia son radicales: pena de la vida a todas las autoridades que informen sobre la presencia de tropas carlistas.

Resistencia pasiva

Aunque Tronchón se encuentra en territorio carlista, su actitud ante las peticiones siempre fue dilatoria.

Es su particular forma de mitigar la asfixiante presión económica que requiere constantemente raciones y dinero, trigo, cebada, vino, tinajas y reses, cantidades de paja y leña, servicios de pliegueros y bagajeros, el pago de pensiones de viudedad, caballerías, esportones y trabajadores para obras de fortificación en Cantavieja o camas e hilas para los hospitales. El ayuntamiento se planteará hacer frente a tal avalancha de demandas enajenando patrimonio municipal. Su resistencia a los pagos termina varias veces con importantes multas económicas y alguno de los miembros del ayuntamiento prisioneros en las cárceles de Cantavieja. Ante su actitud dilatoria, el gobernador de Cantavieja llegó a amenazar al alcalde diciéndole: «le pasaré por las armas sin consideración alguna por la desobediencia que advierto».