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Miravete de la Sierra

Miravete de la Sierra está situada en el curso del río Guadalope, a escasos 10 kilómetros de su nacimiento y a una altitud de 1218 metros. Miravete se asienta al pie del peñasco en el que una vez se ubicó el castillo.

Su historia

Tanto el nombre de la población, que aparece como Miravet o Miraveto en la documentación de los siglos XIII y XIV, como los hallazgos arqueológicos más antiguos realizados en ella, indican su origen musulmán. Tras su reconquista, realizada probablemente por Miguel de Santa Cruz, Miravete va a pertenecer a distintos propietarios.

El rey Alfonso II de Aragón en 1175 transfiere Miravete y sus términos a la Orden Militar de Montegaudio, que en 1188 se integra en la Orden del Hospital del Santo Redentor de Teruel. En 1196 el mismo rey ordena que los bienes de esa Orden pasen a la del Temple, que regirá los destinos de Miravete por poco tiempo, ya que al menos desde 1217 doña Sancha, hija de Miguel de Santa Cruz, y su esposo Guillermo de Mendoza aparecen como señores seculares de la villa. Posteriormente, en agosto de 1220 los señores de Miravete empeñaron temporalmente la villa y su castillo a los comendadores de la Orden del Hospital de San Juan, en Aliaga y Añón, por 400 maravedíes alfonsíes de oro.

En el año 1273 Guillerma Ximénez, señora del lugar, vendió sus derechos sobre Miravete a Pedro Garcés, obispo de Zaragoza, por 1.350 maravedíes de oro. Desde ese momento Miravete dejará de pertenecer a un señor secular y pasará a ser villa de señorío del arzobispo de Zaragoza. Este, desde 1279, impone al concejo una pecha que debía satisfacer anualmente. A cambio, sus habitantes disfrutaban de diversos privilegios y franquicias en cuanto al pasto de sus ganados por tierras de Aliaga y en el reino de Valencia. Esta situación permaneció inalterable hasta la liquidación del régimen señorial en el siglo XIX.

Patrimonio de Miravete de la Sierra

Los edificios más significativos se encuentran en la parte baja de la población, en torno a dos espacios singulares. Uno de ellos es la Plaza de la Iglesia, cuya estructura cerrada y porticada recuerda a un claustro. Está delimitada por las Casas Consistoriales del siglo XVI, con una lonja en forma de L; y por la iglesia gótico-renacentista de la Virgen de las Nieves, de 1574.

En contraste con el anterior espacio, la Plaza Mayor es irregular y abierta al río Guadalope. En ella se encuentra la lonja, el horno, el puente del siglo XVI, una de las estampas más fotografiadas de la localidad, y la Casa Rectoral, hoy convertida en alojamiento. El pueblo tiene otros rincones y monumentos de interés, como la magnífica cruz de término del siglo XV, única conservada en toda la comarca. También están la ermita barroca de San Cristóbal, de 1779, el Molino harinero, rehabilitado como Centro de Interpretación del ciclo del Pan, y diversas casas de la Calle Baja y del barrio San Cristóbal.

Reconocimientos

El encanto de la localidad queda reflejado con tres declaraciones de Bien de Interés Cultural. En 1983 se inició la declaración de Conjunto Histórico Artístico para la Plaza Mayor y la Plaza de la Iglesia, encontrándose actualmente incoado su entorno. Finalmente, en 2001 se dio esa categoría, como monumento, a la iglesia de Ntra. Sra. de las Nieves.

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