Son muchos los lugares del Maestrazgo cuya historia estuvo marcada por su condición de puntos estratégicos para la defensa del territorio. Es el caso de Villarluengo. Situado sobre un farallón rocoso que se asoma sobre el curso del río Cañada, su convento de Montesanto fue considerado desde los primeros compases de la guerra un fuerte estratégico donde apoyar las operaciones rebeldes. Los habitantes poco pudieron hacer ante esto y se vieron involucrados en el conflicto sufriendo muchas de las negativas consecuencias que la guerra atrajo hasta las sierras altas turolenses.
La recuperación de Villarluengo por los liberales tuvo lugar a comienzos de abril de 1840. El general Ayerbe, situó la artillería en una de las mesetas próximas y protegió así el ascenso de la tropa por el barranco. Cuando comenzó el bombardeo la guarnición de fuerte salió huyendo. A continuación, dio la orden de incendiarlo todo, «a excepción de la Iglesia de aquel convento, llamado de nuestra Señora del Monte Santo, que quedó ilesa y de la cual, no obstante, hice sacar con anticipación los efectos de algún valor», afirmó el general.