Villarluengo

El fuerte de Montesanto

Son muchos los lugares del Maestrazgo cuya historia estuvo marcada por su condición de puntos estratégicos para la defensa del territorio. Es el caso de Villarluengo. Situado sobre un farallón rocoso que se asoma sobre el curso del río Cañada, su convento de Montesanto fue considerado desde los primeros compases de la guerra un fuerte estratégico donde apoyar las operaciones rebeldes. Los habitantes poco pudieron hacer ante esto y se vieron involucrados en el conflicto sufriendo muchas de las negativas consecuencias que la guerra atrajo hasta las sierras altas turolenses.

La recuperación de Villarluengo por los liberales tuvo lugar a comienzos de abril de 1840. El general Ayerbe, situó la artillería en una de las mesetas próximas y protegió así el ascenso de la tropa por el barranco. Cuando comenzó el bombardeo la guarnición de fuerte salió huyendo. A continuación, dio la orden de incendiarlo todo, «a excepción de la Iglesia de aquel convento, llamado de nuestra Señora del Monte Santo, que quedó ilesa y de la cual, no obstante, hice sacar con anticipación los efectos de algún valor», afirmó el general.

Temprano protagonismo

Persecución liberal

Territorio carlista

Fin de las guerras carlistas

El convento de Montesanto fue punto de apoyo carlista desde los primeros momentos de la insurrección. Hacia mediados de diciembre de 1833 ya existen noticias de que 100 infantes y 20 caballos rebeldes habían pernoctado en este cenobio de religiosas que consideraron más seguro que el propio pueblo para pasar la noche.

Tras las partidas carlistas iban las columnas gubernamentales, comandadas por oficiales como el brigadier Nogueras, el teniente Andreu o el general Palarea. El miedo de la población a las represalias carlistas fue tal que, a partir de un momento, el gobierno solo recibe información de la zona mediante partes verbales.

En el término de Villarluengo tuvo lugar el encuentro de Cabrera y Carnicer cuando el primero regresó de su entrevista con Don Carlos (7 marzo 1835). El territorio, no obstante, estaba todavía en disputa. Poco a poco la población quedará envuelta en el área de control carlista y el fuerte de Montesanto operará como un enclave fortificado de referencia en la zona.

Durante la Segunda Guerra Carlista (1872-1876), el Maestrazgo volvió a ser escenario de los combates entre liberales y legitimistas. La insurrección se dejó notar especialmente a partir de 1873. Tras dos largos años de conflicto, tuvo lugar en Villarluengo uno de los últimos episodios de la última guerra civil del siglo XIX en este frente.

La partida reunía a lo más notable de los carlistas que se habían sublevado en Morella: el barón de Hervés, Carnicer, Montañés y Quílez, que iban a ser los principales cabecillas en los años siguientes.

En los primeros tiempos de la insurrección las partidas carlistas se movían muy rápidamente exigiendo, aquí y allí, las raciones que necesitaban para mantenerse. A lo largo de 1834 la presencia carlista en Villarluengo se multiplicó. Las partidas aumentaron de tamaño exigiendo importantes suministros, como la de Carnicer y Quílez, que entró el 11 de mayo compuesta por 400 infantes y 50 caballos. Los carlistas rodearon la población y se situaron en las calles principales exigiendo 600 raciones para los soldados y 200 de cebada, además de 800 reales.

Con razón, porque el 19 de diciembre fue interceptado en Ejulve un pliego enviado desde Villarluengo y «habiendo cogido a los conductores, les mandaron desnudar y le pegaron a Romualdo Asensio 50 palos dejándole magullada la espalda y al compañero que era un joven de 16 años le dieron doce palos, encargándoles que al primero que encuentren conduciendo oficio será fusilado y en igual forma al alcalde que los remita».

En 1837 atravesó por Villarluengo la Expedición Real y unos días después sus vecinos verán pasar a los prisioneros liberales hechos en la batalla de Villar de los Navarros. En esta población establecerán los rebeldes un depósito de prisioneros y una fábrica de fusiles y pistolas que servía también para reparar las armas estropeadas.

La localidad acogió en julio de 1875 un consejo que reunió a los principales jefes carlistas del momento. Los presidía el general Dorregaray. Aquí valoraron la situación en que se encontraban los carlistas del Maestrazgo y tomaron la decisión de poner fin a la guerra abandonando la resistencia en estas tierras.

La actividad de las partidas fue muy intensa en los pueblos situados en el corazón del Maestrazgo.
La actividad de las partidas fue muy intensa en los pueblos situados en el corazón del Maestrazgo.
El general Palarea, de sobrenombre «el Médico», había sido guerrillero en la Guerra de la Independencia.
El general Palarea, de sobrenombre «el Médico», había sido guerrillero en la Guerra de la Independencia.
El general Palarea, de sobrenombre «el Médico», había sido guerrillero en la Guerra de la Independencia.
El general Palarea, de sobrenombre «el Médico», había sido guerrillero en la Guerra de la Independencia.
Antonio Dorregaray fue el último jefe carlista del Ejército del Centro.
Antonio Dorregaray fue el último jefe carlista del Ejército del Centro.

Temprano protagonismo

El convento de Montesanto fue punto de apoyo carlista desde los primeros momentos de la insurrección. Hacia mediados de diciembre de 1833 ya existen noticias de que 100 infantes y 20 caballos rebeldes habían pernoctado en este cenobio de religiosas que consideraron más seguro que el propio pueblo para pasar la noche.

La partida reunía a lo más notable de los carlistas que se habían sublevado en Morella: el barón de Hervés, Carnicer, Montañés y Quílez, que iban a ser los principales cabecillas en los años siguientes.

En los primeros tiempos de la insurrección las partidas carlistas se movían muy rápidamente exigiendo, aquí y allí, las raciones que necesitaban para mantenerse. A lo largo de 1834 la presencia carlista en Villarluengo se multiplicó. Las partidas aumentaron de tamaño exigiendo importantes suministros, como la de Carnicer y Quílez, que entró el 11 de mayo compuesta por 400 infantes y 50 caballos. Los carlistas rodearon la población y se situaron en las calles principales exigiendo 600 raciones para los soldados y 200 de cebada, además de 800 reales.

Persecución liberal

Tras las partidas carlistas iban las columnas gubernamentales, comandadas por oficiales como el brigadier Nogueras, el teniente Andreu o el general Palarea. El miedo de la población a las represalias carlistas fue tal que, a partir de un momento, el gobierno solo recibe información de la zona mediante partes verbales.

Con razón, porque el 19 de diciembre fue interceptado en Ejulve un pliego enviado desde Villarluengo y «habiendo cogido a los conductores, les mandaron desnudar y le pegaron a Romualdo Asensio 50 palos dejándole magullada la espalda y al compañero que era un joven de 16 años le dieron doce palos, encargándoles que al primero que encuentren conduciendo oficio será fusilado y en igual forma al alcalde que los remita».

Territorio carlista

En el término de Villarluengo tuvo lugar el encuentro de Cabrera y Carnicer cuando el primero regresó de su entrevista con Don Carlos (7 marzo 1835). El territorio, no obstante, estaba todavía en disputa. Poco a poco la población quedará envuelta en el área de control carlista y el fuerte de Montesanto operará como un enclave fortificado de referencia en la zona.

En 1837 atravesó por Villarluengo la Expedición Real y unos días después sus vecinos verán pasar a los prisioneros liberales hechos en la batalla de Villar de los Navarros. En esta población establecerán los rebeldes un depósito de prisioneros y una fábrica de fusiles y pistolas que servía también para reparar las armas estropeadas.

Fin de las guerras carlistas

Durante la Segunda Guerra Carlista (1872-1876), el Maestrazgo volvió a ser escenario de los combates entre liberales y legitimistas. La insurrección se dejó notar especialmente a partir de 1873. Tras dos largos años de conflicto, tuvo lugar en Villarluengo uno de los últimos episodios de la última guerra civil del siglo XIX en este frente.

La localidad acogió en julio de 1875 un consejo que reunió a los principales jefes carlistas del momento. Los presidía el general Dorregaray. Aquí valoraron la situación en que se encontraban los carlistas del Maestrazgo y tomaron la decisión de poner fin a la guerra abandonando la resistencia en estas tierras.